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Francisco J. Verdera Marí

Director de Asuntos Regulatorios en Knowence y Profesor de Derecho Internacional Comercial del EAE Business School

‘El hidrógeno que tiene Macron no es verde ni es rosa, ni tiene color’. Empezar así un artículo de opinión puede parecer poco serio. Pero en realidad, el tema no es en absoluto para tomárselo en broma: España necesita mover voluntades en Francia y conseguir que nuestro [futuro] hidrógeno [renovable] pueda fluir de forma continua más allá de los Pirineos, para llegar eficazmente a Centroeuropa.

El hidrógeno es en una de las grandes apuestas de Europa, de cara a alcanzar cero netos de emisiones de gases de efecto invernadero, incluyendo el CO2. El hidrógeno puede almacenar la energía que ha sido generada previamente (ya sea renovable, fósil o nuclear), para luego a su vez ser usada en múltiples ámbitos, como el transporte, la industria, la generación de calor o la producción de electricidad.

Toda la vida aprendiendo que el hidrógeno es incoloro, además de inflamable e inodoro, para llegar a esto. Ahora resulta que hay hidrógeno verde o rosa. Y por poner colores al hidrógeno que no quede: hay hidrógeno azul, negro, gris o hasta amarillo.

El color del hidrógeno no proviene de su propia naturaleza (que sigue siendo transparente se pongan como se pongan), sino de las fuentes energéticas para obtenerlo. Y claro, en ese aspecto sí que el hidrógeno deja de ser incoloro, o incluso inodoro y donde puede pasar a ser más inflamable de lo necesario, sobre todo para los grandes sueños de España como potencia energética no fósil.

Es decir, que el color del hidrógeno es una cuestión humana. Basada en la tecnología necesaria para producirlo. O en la política ambiental que trate de bendecirlo o denostarlo. O en la geopolítica de los intereses creados. Y hasta casi en la geografía periférica peninsular (de la insular, mejor ni hablemos) que nos une a Europa a través de Francia.

Europa necesita hidrógeno de forma constante y fiable como maná energético. Se pretende que el hidrógeno desplace a los combustibles fósiles en los que – nos guste o no – se basa todavía nuestra civilización desde que el cavernícola es sapiens.

En esta creciente importancia geopolítica del hidrógeno y de cómo producirlo, el color del hidrógeno importa. En particular, el hidrógeno verde (generado mediante energías renovables) va a convertirse en un factor diferenciador y argumento comercial para ganar mercados. Y ello no sólo para esta fuente de energía en sí, sino también para los productos (y fabricantes) que puedan declarar tener menor huella de carbono que otros que usan otras energías más sucias.

El mermado tejido industrial Europeo necesita desesperadamente de ventajas competitivas como pueda ser contar con una energía limpia, asequible y abundante. Y en este aspecto, España y Francia están condenados a entenderse.

Francia apuesta por el hidrógeno obtenido a partir de energía nuclear.

En el ámbito del “Green Deal” Europeo, no nos debe extrañar el interés de Francia en pintar de rosa el hidrógeno. No sólo puede servir para almacenar el excedente energético pueda producir con su infraestructura nuclear. Sino que puede pintar de color esperanza una energía eficiente por la que ha apostado nuestro vecino del norte de manera descarada.

Que el hidrógeno rosa tiene más impacto ambiental en su origen que el hidrógeno verde (al margen de estudios de ciclo de vida) no quita que ambos tengan un impacto climático casi nulo.

Si España se mete en el peligroso juego de ennegrecer el hidrógeno francés, es probable que ahuyente voluntades políticas al otro lado de los Pirineos. Voluntades que son necesarias para que vea la luz el gaseoducto que nuestro país necesita para convertirse (en condiciones de máxima rentabilidad económica) en la nueva Meca europea de la energía verde, en miembro destacado de la nueva OPEH verde (cambiando una P por la H).

España puede tener un futuro de prosperidad basado en el hidrógeno verde.

España se juega un futuro brillante en el mercado de la energía, como proveedor de hidrógeno verde para Alemania y otros países Centroeuropeos que ahora dependen del gas (ruso).

Pero aquí todavía estamos vendiendo la piel del oso antes de haberlo cazado. Nuestro país no ha dado todavía más que unos pequeños pasos para convertirse en fuente inagotable de este nuevo oro verde. Ese oro que sí, sin ninguna duda, es renovable.

Y es que nuestro país, antes de meterse con el color del hidrógeno vecino, debería aplicarse en hacer sus deberes cuanto antes.

Por una parte, necesitamos incrementar nuestra capacidad de generación de energía renovable. Y por otra, necesitamos estar en condiciones de poder incrementar exponencialmente nuestra producción de hidrógeno. Y si no lo hacemos a toda velocidad, con el decidido ímpetu del sector privado y el imprescindible apoyo de las administraciones públicas, pues Europa mirará a otro lado para conseguir el nuevo maná energético.

Y no nos podemos olvidar que, al otro lado del Mediterráneo, hay muchos países con sol, viento y olas, que estarían encantados de darle a Europa lo que necesita. Por lo tanto, más nos vale que nos apliquemos y nos dejemos de meter en discusiones estériles con esa Francia por la que, necesariamente, tendrá que circular el nuevo ‘hidrógeno-ducto’.

Por lo tanto, sería recomendable que nuestros políticos colaboren, aunque sólo sea en el corto plazo, para conseguir que se construya el famoso conducto que parece estar en el aire si no metemos a Francia a bordo de este viaje.

Verde o rosa, qué más da. Lo importante es construir el dichoso conducto. O tendremos que ennegrecer nuestro hidrógeno verde mediante el transporte por otros medios menos eficientes.

Aunque para ello tengamos que cantar (sabiendo que no es verdad) que “el hidrógeno que tiene Macron no es verde, ni rosa, ni tiene color”. Después. Ya veremos.