El día en que el gran apagón eléctrico y la Navidad se juntaron

Liz Luna Victoria | 29 de noviembre de 2021

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El reciente anuncio del gobierno austriaco acerca del inminente gran apagón ha puesto en alerta a otros países europeos (y China), además de instituciones, empresas, especuladores, economistas y público en general. Lo cierto es que hay un temor generalizado que lo convierte ya en un asunto de supervivencia. Las ventas de camping gas se han disparado un 603 % y de GPS un 101 % en España, donde no es un riesgo real como sí podría ser en otros lugares del mundo. Después del coronavirus, avisos como este suenan a que el mundo está comenzando a vivir un escenario apocalíptico generalizado. Pero aún puede ser peor: esta Navidad, peligran los juguetes. Ya han adelantado que podría haber escasez en algunas existencias por el retraso de las importaciones. Esto, por supuesto, tiene un efecto directo en la semana del Black Friday, cuyo aumento de gasto se calcula un 28 % superior respecto al año pasado. Este escenario me trajo recuerdos que nos interesan con el único objetivo de analizarlos y entender cómo esta situación no tiene por qué ser una catástrofe ni el inicio del fin del mundo. En otras palabras, no hay que correr a comprar papel higiénico.

En Perú, en los años ochenta se descubrieron yacimientos de gas en la zona de Camisea equivalentes a 11 trillones de pies cúbicos, alrededor de 600 millones de barriles, una de las reservas más grandes de América Latina. Nadie diría que no teníamos reservas. Al menos en Lima, la ciudad de los reyes no era un problema de abastecimiento. Sin embargo, todos los capitalinos estábamos preparados para el siguiente apagón eléctrico. ¿Por qué? Porque cada dos por tres a un grupo de terroristas se les ocurría bajarse una torre de alta tensión en momentos tan impredecibles como cualquier día, pero tan típico como en Navidad. En ese ambiente yo crecí, donde hasta los 8 años no recordaba una Navidad con luz, pero sí varias sin regalos porque sí, también escaseaban las importaciones.

Guía práctica para sobrevivir sin electricidad

Cientos de atentados a torres de alta tensión hicieron que los que nacimos en los ochenta en Perú pensáramos que los apagones eran normales. No nos asustaban. No nos alarmaban. Sabíamos que la luz regresaría en días u horas. En otras palabras, en Lima era más probable que hubiera un gran apagón a que lloviera. Efectivamente, la situación no es comparable porque hace treinta años no dependíamos de la tecnología como lo hacemos ahora. Sin embargo, sí creo que es un precedente para entender que, aunque haya un gran apagón, sobreviviremos. 

¿Cómo lo hicimos?

  • Empresas, oficinas, escuelas, hospitales, supermercados, etc. contaban con un grupo electrógeno o generadores eléctricos, los cuales se activaban automáticamente ante la caída de la energía.

  • Si en casa no contabas con ello, podías acudir a la batería del coche para las cargas eléctricas urgentes.

  • En iluminación, teníamos una serie de artilugios de maestría ancestral como linternas a pilas, velas e incluso lámparas de queroseno (Advertencia: Dormir con las velas encendidas y derramar el queroseno dentro de casa puede resultar peligroso). 

  • Emocionalmente, vivir en alarma o la constante preocupación de que una bomba explote cerca de ti o de tu familia provocaba estrés (tal como ocurría en Perú en los ochenta). Sin embargo, los niños no nos enterábamos y disfrutábamos de los apagones con numerosos juegos. Asique, si no está en riesgo tu vida, evita caer en miedos generalizados sobre futuros post-apocalípticos. 

  • La calefacción no existía entonces ni existe ahora en la mayoría de hogares peruanos. Si tenemos frío, mucho abrigo y bebidas que nos calienten (de todo tipo). 

  • Bañarse podía ser todo un reto. Si tu agua caliente depende de la electricidad, recuerda que siempre puedes calentar agua en una olla y bañarte con jarrita.

  • Nunca fue necesario vaciar las estanterías de papel higiénico de los supermercados. En su lugar, recomendaría optar por abastecerse de productos de alimentación no perecederos. En Perú éramos adeptos a la leche en polvo.

  • El principal medio de comunicación masivo durante los apagones era la radio. Aparte de la del coche, sería bueno contar con una de batería o pilas. 

Sin embargo, todos estos consejos parecen estar de más en España, donde autoridades y empresas han asegurado que es imposible la falta del suministro. Pero la simple idea de pensar en el apagón y la Navidad parece llenar de ansiedad a miles de hogares. Quizá mi experiencia les ayude a pensar que no es el fin de mundo.

Navidad entre sombras

Después de haber rezado durante toda la Misa de Gallo para que no se fuera la luz en plena ceremonia, mi madre sacaba corriendo a sus tres hijas de la iglesia apenas el cura decretaba el “Feliz Navidad”. En el bolso, llevaba un niño Dios que había logrado bendecir y una pesada linterna de pilas gordas por si se iba a luz en el camino (o si la tenía que utilizar para defenderse de aquellos que atacan en la calle cuando se está a oscuras). Que llegáramos todos a casa antes del apagón era la prioridad. Lo que pasara allá afuera no importaba si estaba la familia completa en casa. Teníamos velas, lámparas de queroseno, linternas y villancicos de memoria que cantábamos los 11 niños de mi familia mientras que en la calle sonaban las bombas que estropearían las torres eléctricas como varias noches y como cada Navidad. 

Una vez que comenzaba el apagón, esperábamos en la cocina con velas, conversábamos y veíamos el fuego incandescente del horno hasta que terminara de cocer el pavo (porque las cocinas en Perú son en su mayoría a gas). Tras la medianoche, el Santa de turno bajaba las escaleras del salón a punta de tropezones con una vela en la mano -lo que podía resultar tenebroso si no hubiéramos sabido de antemano quién era realmente- Si ese año teníamos la suerte de tener regalos, Santa los repartía a duras penas. Uno para cada grupo de hermanos para estrenar a la mañana siguiente, cuando hubiera luz. La Nochebuena finalmente era para eso: reírse mucho, estar en familia y cenar a la luz de las velas.