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Francisco Cabrillo

Profesor de EAE Business School

Como las rosas y las golondrinas cada año vuelve por estas fechas la campaña del Impuesto sobre la renta. Y parece que nuestras autoridades fiscales la reciben en esta ocasión con especial satisfacción. Desde hace ya algún tiempo la Agencia Tributaria viene registrando ingresos fiscales extraordinariamente altos. Los datos de 2022 muestran un crecimiento de la recaudación fiscal de un 14,4% con respecto a la de 2021. Y los datos de los meses de enero y febrero de 2023 indican que, en esta primera parte del ejercicio, el aumento es aún mayor que el del año pasado.

Algún medio de comunicación, ante estas cifras, ha definido la situación actual como “el mejor arranque”  en la recaudación del IRPF en muchos años. Que se ingresa más es indudable. Calificar tal hecho como “el mejor arranque” resulta, sin embargo, discutible. Parece que lo primero que habría que hacer es determinar si se trata de un resultado “mejor” para todo el mundo. Y, a no ser que seamos tan ingenuos como para pensar que lo que es bueno para la Agencia Tributaria es algo deseable por sí mismo también para todos los ciudadanos españolas, habrá que reconocer que no es así; porque un crecimiento de la ratio ingresos tributarios por IRPF/PIB significa una menor renta disponible para los contribuyentes. En otras palabras, el sector público tiene más fondos para gastar, pero los contribuyentes tenemos menos. 

El hecho es especialmente preocupante en un país en el que el esfuerzo fiscal – es decir la presión fiscal ponderada por el nivel de renta- es ya muy alto. No tiene sentido tener como objetivo que nuestra presión fiscal sea por ejemplo la misma que la de Alemania, cuando el PIB per capita de aquel país es un 65% superior al nuestro. Si se defiende que el impuesto sobre la renta debe ser progresivo porque el sacrificio de pagar una unidad monetaria más de impuesto es mayor cuanto más baja es la renta, hay que reconocer que, para mantener un esfuerzo fiscal similar para el contribuyente medio alemán y el contribuyente medio español, éste debería soportar una presión fiscal menor que aquél. 

Especialmente preocupante resulta el hecho de que el crecimiento de la recaudación por IRPF se debe en buena medida a la no deflactación de la tarifa de este tributo. Si un contribuyente ve crecer sus ingresos en términos nominales, por ejemplo, un 10%, manteniendo estable su renta real porque los precios han aumentado en la misma proporción, la presión fiscal que soportaría sería la misma si el tipo de gravamen fuera fijo y la recaudación fuera proporcional a la renta. Pero si el tipo es progresivo, el contribuyente acabará necesariamente pagando un mayor porcentaje de su renta en el IRPF, a no ser que se ajuste la tarifa para mantener el esfuerzo fiscal estable. Algunas comunidades autónomas españolas lo han hecho en su tramo del IRPF; pero por desgracia, el gobierno nacional se ha negado a ello, seguramente porque ha visto en la inflación un aliado que le permite elevar la carga fiscal que soportamos los españoles -y, por tanto, recaudar más- sin tener que elevar formalmente los tipos de gravamen. Pero el efecto de una subida de tipos y una tarifa no deflactada en situación de inflación es el mismo. 

Este es el panorama con el que nos encontramos al dar comienzo la campaña de renta de 2023.  Pronto veremos anuncios de personas de todo tipo que nos cuentan la alegría que les produce pagar el impuesto sobre la renta, ya que, gracias a él, Luisita va a un buen colegio, don Fermín cobra una generosa pensión y a doña Mariana le cuidad muy bien la artritis en el hospital de la zona. Poca gente lo creerá, desde luego. Pero casi todos pagaremos religiosamente…porque no hacerlo podría salirnos aún más caro.