Se acerca el 8 de marzo y un año más me planteo la verdadera esencia de un día cada vez más señalado. ¿Continúa siendo necesario? Rotundamente sí. Aunque hemos avanzado, y mucho, todavía queda un largo camino por recorrer para conseguir ocupar el lugar que nos corresponde en la sociedad, no como mujer específicamente, sino como personas.

Es un día para mirar hacia dentro, a lo que nos pasa en España, donde existe una supuesta igualdad. Supuesta porque, aunque la ley la reconoce, todavía no la llevamos implantada en nuestro ADN como país. Pero, sobre todo, para mirar hacia afuera, porque el gran camino recorrido aquí aún es un comienzo incipiente en muchos rincones del planeta, donde la mujer es poco más que una posesión y, como tal, es utilizada, vendida, intercambiada, sometida, vejada, mutilada…

Muchos son los problemas a los que nos enfrentamos todavía en nuestro país. Tenemos aún muy poca presencia en los consejos de administración y, aunque la cifra mejora un poco año a año, lo cierto es que el número de consejeras no aumenta a la velocidad que debiera. En muchas profesiones, sobre todo en las que el componente humano se convierte en el punto que marca la diferencia, el porcentaje de presencia femenina es increíble, pero solo en los puestos sin poder de decisión.

A medida que se van escalando posiciones dentro de los organigramas el porcentaje desciende hasta convertirse en una vergüenza. Algo que nos debería preocupar, y no solo a las mujeres, sino a los hombres que tienen en su mano la llave para cambiar esta situación. Y esto sí que me lleva a la revolución. El déficit de niñas que deciden cursar carreras STEM es alarmante. Las flamantes carreras profesionales de muchas de nuestras mujeres directivas se truncan en el momento en que deciden tener hijo y damos por sentado que forma parte de su condición de madres, sin buscar los motivos más allá. Esta situación me lleva, una vez más, a pensar que el problema no es de género, sino que se basa en la necesidad de transformar nuestra sociedad desde la base. La cuestión es que para cambiar la sociedad no basta solo con que las mujeres nos impliquemos en su transformación, sino que necesitamos hombres que se involucren de lleno en ello.

No quiero volver a vivir un 8M en el que se increpe a los hombres que acuden a las manifestaciones. No quiero volver a ver mujeres que destrozan el trabajo de las demás acudiendo pintadas como si se tratara de una guerra, con el pecho desnudo, y gritando consignas que no ayudan para
nada. Los hombres no son violadores, solo algunos hombres lo son. Los hombres no son asesinos, solo algunos hombres lo son. Generalizar no lleva a nada bueno porque, para transformar esta sociedad en la que vivimos en una comunidad en la que el género por fin carezca de importancia,
necesitamos de todas las manos y todas las mentes. Ojalá este 8 de marzo haya millones de personas en la calle luchando por una sociedad justa e igualitaria. Personas. No mujeres sectorizando una reivindicación que nos afecta a todos.

Parafraseando a José Antonio Marina, para cambiar la sociedad es necesaria la tribu entera.