FGU,GH

Michael Lewis

Head of Research ESG para DWS

Los precios de la gasolina muestran enormes variaciones a nivel internacional, tanto en lo que se refiere a sus niveles habituales como en cuanto a las tendencias registradas recientemente. Estas variaciones responden tanto a decisiones políticas como a los hábitos de los consumidores, dos cuestiones que pueden tener repercusiones a largo plazo.

En muchas de las democracias del mundo, escandalizarse por el aumento del precio de la gasolina es un clásico entre los políticos y, en este sentido, la última crisis no ha sido una excepción. Sin embargo, bajo la superficie se observan varias tendencias interesantes que reflejan tanto las decisiones políticas del pasado como otras más recientes, tal como ilustra nuestro Gráfico de la Semana, que compara los precios minoristas de la gasolina en EE. UU., Japón y Alemania. Lo primero que llama la atención es que los precios medios en EE. UU. no son especialmente altos en términos internacionales, ni siquiera el máximo alcanzado en junio, cuando comenzó la temporada de verano, un periodo en el que suelen aumentar los desplazamientos por carretera. En lo que sí destaca EE. UU. es en cuanto a la volatilidad de los precios, sobre todo si tomamos como punto de partida los mínimos marcados en la primavera de 2020, durante los primeros compases de la pandemia.

A largo plazo, los precios del crudo y de los productos derivados como la gasolina responden, sobre todo, a las fluctuaciones en la oferta y la demanda mundiales, mientras que los factores locales solo tienen un efecto marginal. Por ejemplo, los precios mundiales del petróleo y de la gasolina se vieron afectados cuando el crudo estadounidense entró brevemente en terreno negativo en abril de 2020 por los problemas de almacenamiento que sufrió un punto de suministro clave en Oklahoma. Y lo mismo ha sucedido desde que Rusia invadiese Ucrania en febrero de este año, provocando la escasez de productos derivados del petróleo.

En el caso de un bien tan fungible como la gasolina, las diferencias de precios a nivel nacional responden a dos factores interrelacionados: las decisiones políticas y los hábitos de los consumidores. La variabilidad a la hora de gravar los carburantes y de calcular cómo se aplican esos impuestos es enorme. Entre los países industrializados, EE. UU. destaca por aplicar unos impuestos muy bajos a la gasolina, de poco más del 10% últimamente. En el otro extremo, las numerosos tasas que aplican algunos países, como Alemania, llegan a suponer más de la mitad del precio que pagan los consumidores. Sin embargo, esos mismos impuestos tienden a actuar como estabilizadores cuando aumentan los precios. En parte porque, cada vez que hay una crisis energética, los políticos de todos los colores tienden a demandar que se rebajen temporalmente los impuestos a los combustibles, como ha ocurrido en Alemania este verano, o que se apliquen subsidios, como los que se introdujeron a principios de año en Japón para estabilizar los precios. Y cada vez, los economistas de todas las ideologías tienden a rechazar este tipo de medidas. Además de estar mal diseñadas, estas rebajas de impuestos abaratan los carburantes justo en el momento en el que el aumento de precios indica que hay escasez. Y eso si las rebajas llegan a los conductores, que no siempre es el caso.

Afortunadamente, algunos de los paquetes más recientes también incluían medidas para hacer el transporte público más asequible. Si se diseñan bien, estas medidas pueden contribuir a moderar la inflación a corto plazo y fomentar cambios a más largo plazo. Como nos enseñaron las crisis de los años setenta, los consumidores tienden a responder al aumento del precio de la gasolina comprando coches más eficientes, conduciendo menos y mudándose más cerca del trabajo. Además, si se ofrecen alternativas viables, es posible que estos nuevos hábitos perduren. Quizás por eso, no se han cumplido las predicciones en EE. UU. y el aumento del precio de la gasolina no ha reducido el número de desplazamientos este verano. Teniendo en cuenta que la crisis energética que estamos viviendo se ha producido justo después de la pandemia, los futuros análisis probablemente señalarán el auge del teletrabajo y los negocios digitales como una de las razones por las que la demanda de combustible parece haber ganado elasticidad.