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Germán Ríos

Economista

España es una potencia global en la industria del vino. Es el tercer productor mundial, con una producción de 40,5 millones de hectolitros en 2022. Cuenta con cerca de 4.133 bodegas de las cuales el 86% exportan sus vinos a 189 países en todo el planeta. Por ello, este sector tiene un importante impacto en la economía doméstica, generando alrededor de 400.000 empleos y un valor añadido bruto (VAB) superior a 23.700 millones de euros anuales, lo que representa el 2,2% del VAB nacional. Una de las regiones vitivinícolas más dinámicas del país es la Rioja, generando el 5,3% del VAB de la comunidad autónoma y aportando el 21,2% de la actividad vitivinícola a la economía española. 

Hay varias razones que explican el éxito de la industria del vino en España, y en particular su desarrollo en La Rioja. Claramente la variedad de uvas, el clima y la calidad del suelo son aspectos que contribuyen al excelente desempeño del sector. Sin embargo, la industria ha implementado una serie de estrategias que han posicionado al vino español en el mundo como, por ejemplo, la inversión en tecnología e innovación para mejorar la calidad de los vinos y hacerlos más competitivos en el mercado global. Otra estrategia exitosa ha sido la promoción y el marketing internacional, donde se han invertido recursos para dar a conocer y aumentar la valoración de los vinos españoles en el mundo. 

Probablemente el factor más importante que ha contribuido a que la industria del vino en España se haya posicionado eficientemente a nivel global ha sido la asociatividad y la cooperación entre productores, que ha permitido una consolidación de la cadena de valor y la posibilidad de negociar en mejores condiciones con compradores internacionales. La colaboración entre productores ha permitido, entre otras cosas, compartir buenas prácticas para mejorar la calidad del vino, promover conjuntamente los productos a nivel mundial, el acceso a recursos financieros en mejores condiciones, y trabajar en equipo para defender sus intereses comunes.

La asociatividad es una fuerza poderosa para el desarrollo de las cadenas de valor. En muchas oportunidades productores individuales no tienen la capacidad financiera y técnica para implementar mejoras que aumenten su productividad. Sin embargo, si trabajan en equipo pueden generar sinergias y producir bienes comunes para toda la cadena. Hay muchos ejemplos del impacto de la colaboración entre privados en el desempeño de un sector, por ejemplo, en el sector de producción de espárragos en el Perú, los productores se asociaron para generar una cadena de frío que lograra exportar el producto fresco. Los productores individuales no tenían ni los recursos ni el conocimiento técnico para llevar a cabo el proyecto, sin embargo, aunando esfuerzos fueron capaces de fortalecer la cadena de valor.

En el caso particular de La Rioja destaca la iniciativa de Enorregión, impulsada por el gobierno de la comunidad autónoma y que persigue consolidar y expandir los logros de la industria vitivinícola riojana, y además contribuir a la transformación sostenible y digital de la cadena de valor del sector. Para ello, este proyecto busca la modernización de la industria vitivinícola a través de mayor sostenibilidad y eficiencia, la digitalización de las bodegas y la promoción de la economía circular. Otro de los objetivos principales de la iniciativa es promover el enoturismo recuperando el patrimonio y estructurando una oferta de actividades enoturísticas con alto valor agregado. No menos importante, y parte integral del proyecto Enorregión, es la generación de conocimiento compartido a través del trabajo con el sector académico y la creación del Campus Internacional del Vino.  

Un ejemplo claro del poder de la asociatividad es la iniciativa Enoagentes creada por el Gobierno de La Rioja y que consiste en una red de expertos encargados de difundir entre las bodegas y otros agentes de la cadena de valor vitivinícola las líneas de trabajo de Enorregión y las convocatorias que surgen en el marco del proyecto. El objetivo es compartir información con los productores y apoyarles para que apliquen a las convocatorias y puedan obtener fondos europeos del plan de recuperación, transformación y resiliencia europeo (Next Generation EU). Adicionalmente, se pone a la disposición de las bodegas un inventario de inversiones, servicios o iniciativas colaborativas, así como instrumentos de financiación ya disponibles o que se espera que se concreten en el corto y mediano plazo.

El futuro de la industria del vino en La Rioja pasa por la profundización de la colaboración pública y privada y de la asociatividad entre los productores. De esta manera se podrá consolidar y expandir un sector ya exitoso a través del desarrollo de su cadena de valor, apostando por la sostenibilidad y la digitalización. La academia juega un papel importante en la generación de conocimiento compartido, que permita a los productores incrementar su productividad y producir vino de mayor calidad y de alto valor agregado. La comunidad autónoma de la Rioja es el articulador natural de esta asociatividad y de la economía colaborativa vitivinícola a través de las ambiciosas iniciativas Enorregión y Enoagentes, poniendo al servicio de los productores información, conocimiento, coordinación, recursos, expertos y proyectos.