Donchen

Dong Chen

Economista Pictet WM

La inflación global se ve influida desde hace años por la integración del comercio, las finanzas y la producción. Al respecto, los mercados emergentes de Asia, de China en particular, con abundancia de mano de obra barata, han sido una fuerza deflacionaria para la economía mundial. Pero la población china en edad de trabajar ya ha tocado techo y la oferta de su mano de obra urbana viene reduciéndose por debajo de la demanda, hasta el punto de que puede empezar a exportar inflación. De hecho, China es el mayor centro manufacturero del mundo y cuando la inflación en su economía aumente es probable que tenga un impacto a escala global.

Asia, de ser una fuerza deflacionaria durante más de dos décadas se convertirá gradualmente en una exportadora de inflación.

Este proceso puede ser lento y no lineal, debido a choques tecnológicos imprevistos, pero, como mínimo, Asia y los emergentes en general dejarán de ser una fuente de deflación para la economía global en el transcurso de la próxima década. Según el Ministerio de Recursos Humanos y Seguridad Social de China, las zonas urbanas sufren escasez de mano de obra desde 2001, agravada por el rápido crecimiento del sector servicios, que viene impulsando el aumento de los salarios.

En 2012 el aumento de la renta disponible urbana empezó a sobrepasar el del crecimiento del PIB nominal, invirtiendo la situación prevalente desde 2003. Esta contracción de mano de obra y aumento de los costes laborales continuará ejerciendo presiones inflacionistas en la propia economía china. De hecho, el aumento de la renta de los hogares
proporciona sólido soporte al consumo, lo que probablemente provocará alza de los precios. Además, el aumento de los salarios ha sido más rápido que el de la productividad. En consecuencia las empresas chinas, para compensar los crecientes costes laborales, tendrán finalmente que subir precios, especialmente en servicios, que suelen necesitar más mano de obra que el sector manufacturero y donde es más difícil mejorar la productividad.

Así, desde que en 2002 se publicaron por vez primera vez datos sobre el índice de precios la inflación de los servicios en China ha sido generalmente mayor que la de artículos no alimentarios. Esta tendencia puede continuar, pues la clase media china está pasando cada vez más de consumo de bienes a servicios. En concreto la tasa general anual de inflación de precios al consumo en China puede llegar a ser del 3 % para 2025 y permanecer en ese nivel hasta final de la década. Superaría en 1 % la media del período 1998 a 2016.

Por supuesto, las empresas pueden intentar compensar parte de esta presión alcista de los precios abasteciéndose de países de costes más bajos. De hecho, muchos fabricantes con uso intensivo de mano de obra han trasladado sus centros de producción desde China a Vietnam e Indonesia, donde los costes laborales son prácticamente la mitad. Este proceso en realidad empezó tras la crisis financiera mundial y todavía está en curso. Sin embargo, la migración industrial no puede compensar totalmente la presión inflacionista generada por China.

ses en el que el número de personas jóvenes aumenta y la fecundidad disminuye, con impulso a la productividad por aumento de población activa respecto a número de personas a cargo– es cosa del pasado. El crecimiento de la mano de obra en los tres países emergentes más poblados, China, India e Indonesia, será la próxima década mucho más lenta, con aumento neto de la población en edad de trabajar de 121 millones, menos de la mitad que los 248 millones de 2004 a 2014 y los 303 millones de 1994 a 2004. Además, las empresas se enfrentan en los nuevos destinos a menor productividad y costes más elevados en otros aspectos, como la logística, hasta el punto de que en algunos casos los costes pueden ser mayores.

Hay que tener en cuenta que en muchas áreas manufactureras ningún país tiene una cadena de suministro tan completa como la de China, cuyo volumen de producción es generalmente difícil de replicar, al menos a corto plazo. Por consiguiente, es muy improbable que la presión inflacionista de los fabricantes chinos pueda ser totalmente absorbida mediante deslocalización industrial. Además, algunas políticas que está adoptando el Gobierno chino para reequilibrar su economía hacia calidad de crecimiento en lugar de sólo cantidad influirán en la inflación global, al menos los próximos años.

Su objetivo de crecimiento incluye reformas de la propiedad mixta público-privada, reducción de barreras a empresas e impuestos y tasas. Sus políticas pueden resumirse en dos categorías: las que intentan reducir riesgos de la “vieja economía” –desapalancamiento de empresas endeudadas y sistema financiero, desinflamiento de la burbuja inmobiliaria, reducción de exceso de capacidad y reforma de la propiedad del Estado– y las que promueven la “nueva economía” –industrias para atender crecientes demandas de consumidores de clase media, relacionadas con tecnología, innovación y protección del medio ambiente–.

En sus reformas de oferta ha empezado a insistir en que se reduzca el exceso de capacidad en algunas industrias pesadas. En siderurgia, por ejemplo, ha establecido una reducción para 2020 la capacidad de producción total de casi 9 %, unos 103 millones de toneladas, desde los máximos de 2015. También estableció un objetivo similar para la minería de carbón. Ya en el tercer trimestre de 2017 la reducción total de acero había alcanzado cien millones de toneladas y la de carbón superado las 400 millones de toneladas.

Este drástico recorte, siendo China el mayor productor del mundo de acero, ha dado lugar a un aumento de los precios en el mundo y una subida similar se ha observado con el carbón. El aluminio, otro material que sufre de considerable exceso de capacidad en China, puede ser el próximo candidato para una reducción de capacidad. Como es probable que estas medidas continúen en los próximos años seguirán causando presión alcista a los precios de algunos materiales industriales esenciales, lo que acabará por repercutir en el consumo en todo el mundo.

A ello se añade que es probable que el Gobierno chino, dado que pretende crecimiento de calidad, adopte una postura cada vez más dura respecto al control de la contaminación. El gobierno se ha propuesto reducir el consumo de energía y las emisiones de dióxido de azufre y óxidos de nitrógeno al menos en un 3 %. Según su Ministerio de Protección Ambiental, ya en el primer semestre de 2017, el número de fábricas que cerraron o suspendieron producción por incumplimiento de normas medioambientales fue más del triple que en el mismo período de 2016.

Un reciente estudio realizado del banco de inversión CLSA indica que los costes de producción en algunas industrias contaminantes pueden aumentar en un 7 % si se aplican estrictamente las normas medioambientales vigentes. Es improbable que estos costes adicionales, como los laborales, puedan llegar a compensarse totalmente recurriendo a proveedores alternativos en países fuera de China. Con el tiempo se traducirán, sin duda, en precios al consumo más elevados en otras regiones del mundo.

Hay que tener en cuenta que la mayor parte del denominado “dividendo demográfico” en Asia